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Cultura | 27/05/23 - 23:00h

Diego Urdiales y Pablo Aguado, exhibición a la verónica

-El tercio de quites en el primer toro, momento cumbre de un festejo castigado por la falta de fuerzas o de celo de una desigual y frágil corrida de El Pilar.

Madrid. 16ª de abono. Primaveral. 22.273 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función.

Cinco toros de El Pilar (Moisés Fraile) y un sobrero -3º tris- del Conde de Mayalde-.

Diego Urdiales, ovación y saludos. Pablo Aguado, ovación tras aviso y silencio. Francisco de Manuel, vuelta y silencio tras dos avisos.

Dos buenos puyazos de Pedro Chocolate. Notable en brega y banderillas Juan Carlos Rey.

El primero de los seis toros de El Pilar, 600 kilos, montado, alto, ancho y largo, fue aplaudido de salida. No se sabe si por el trapío o por el tamaño. Corretón, bufó al tomar engaño, tardó en fijarse y se empleó en una primera vara certera. Con casi todo por ver, Diego Urdiales se compuso en los medios y sin prueba previa en un manojito de cinco verónicas de alta escuela. No se ven con frecuencia. El ajuste templado, el primor. Remató con media perfecta. Hubo un clamor. En su turno de quites, Pablo Aguado dibujó a cámara lenta tres verónicas de risueño acento y remató con media soberbia. Y volvió a sentirse un clamor de reconocimiento. Tanto los lances de Urdiales como los de Aguado se cobraron por la mano derecha. Urdiales se sintió provocado para replicar el quite de Aguado. Por la mano izquierda fue otro el toro, y otro el quite, abierto con un delantal y trastocado enseguida. Una media verónica envuelta fue una solución improvisada de fantasía. Los tres quites contarán en el palmarés de la feria. No tanto el toro, que se movió bien a pesar de su volumen, pero pasó de codicioso a celoso y pegajoso casi a las primeras de cambio. De acostarse por la mano buena a rebrincarse y revolverse y hasta claudicar cuando vino obligado. Se dejó sentir el desencanto porque hubo barrunto de faena grande, y no. Diego cobró una buena estocada.

El segundo de corrida no llegó a los 550 kilos y se dejó notar la diferencia. Sacudido de carnes, cinqueño como toda la corrida, castaño albardado, se encontró antes de varas con el capote de Pablo Aguado, que sacó los brazos con gracia, voló el capote con ritmo y se dejó de nuevo querer. En su quite volvió Pablo a torear muy despacio a la verónica, y a rematar con una media de pasmo por su asiento y su dibujo. Pero el nuevo clamor de reconocimiento se topó con voces disidentes y palmas de tango que protestaban el toro por flojo. Francisco de Manuel salió a quitar, pero el toro claudicó en el segundo lance y dejó de contar para los censores sonoros. La faena de Aguado, medida, espumosa torería, asiento, buenos brazos, pulso delicado, se recibió con un ruidoso enfrentamiento entre tendidos. El toro, en mínimos, se aplomó. De uno en uno los naturales, demora entre tandas, un aviso antes de la igualada, pinchazo y estocada. Sacaron a Aguado a saludar al tercio.

Y luego se torció la corrida sin arreglo posible. En cuanto dio síntomas de fragilidad el tercero, el más liviano, creció una protesta, cedió sin esperar el palco y fue devuelto el toro. Y también el sobrero, que no se tenía de pie. Entró en juego un segundo sobrero del Conde de Mayalde que como sobrero había sido enchiquerado ya cinco veces en lo que va de feria. Toro cuajado, hermoso y hondo. Cinqueño también. Con larga cambiada de rodillas en tablas lo saludo De Manuel, que brindó al público y abrió faena de temeraria manera, en tablas también. Al tercer muletazo lo prendió de lleno el toro por el pecho y le pegó una voltereta monumental. La emoción propia del caso cuando volvió repuesto el torero a la cara del toro, pero solo para sufrir y hacer sufrir. El toro se quedó por sistema en las zapatillas, pegó cabezazos a mitad de viaje, se revolvía receloso, a punto de recular, al fin probón y mirón, y escarbando. Una estocada impecable.

Hora y media de festejo, que se fue muy cuesta abajo a partir de entonces. Urdiales brindó al público un cuarto muy sangrado en varas, frágil, que se fue de la muleta desentendido del todo. El quinto, otro de 600 kilos, pero no pudo con ellos, se cayó antes de pararse en seco y dejó de pasar y atender. Breve Aguado. Y un sexto de 630, campeón de los pesos pesados de la feria, diezmadísimo en varas, que se le subió a De Manuel a las barbas por la mano izquierda, no le dejó pasar con la espada y no descubrió a la hora de descabellar.