Arles. 6ª de feria. 4.000 personas. Nublado y fresco. Lluvia durante los dos últimos toros.

Cinco toros de Miura, bien presentados, de condición y hechuras diversas, y uno -2º- de La Dehesilla (José Luis Pereda), que completó corrida, y fue bravo en varas y banderillas, pero se rompió una mano. De los cinco miuras, un noble quinto y un bravo sexto dieron juego. Bronco el primero; a la defensiva el cuarto; encastado el tercero.

Rafaelillo, división y silencio. Javier Castaño, silencio y ovación tras un aviso. Mehdi Savalli, saludos y una oreja.

Notable en la brega y en banderillas Joselito Rus. Brillante con los palos Fernando Sánchez.

Texto

Después del sorteo y ya embarcado, un miura de casi 700 kilos rompió el cajón del camión que iba a conducir la corrida hasta el anfiteatro. El mayoral de Miura y el torero arlesiano Paquito Leal lograron con grave riesgo devolver al toro a los corrales donde se enlotan y sortean las corridas y sujetarlo allí. La operación duró casi media hora. Durante el tiempo que anduvo a su antojo, causó el toro muchos destrozos pero no estragos. Pudo haber sido una fatal tragedia porque los corrales de Arles se hallan emplazados junto a un acceso a la autopista A54 que cruza por el norte la Provenza. Un percance decimonónico. De cuando no era tan raro que se escapara un toro. El accidente coincidió en el tiempo con una magra concentración de animalistas antitaurinos en las cercanías de la estación de ferrocarril.

No tan decimonónica la corrida cinqueña de Miura, que no pudo lidiarse completa porque el toro escapado y detenido se tronchó un cuerno y hubo de ser desechado. Un cinqueño de La Dehesilla, sobrero y sobrante del festejo del pasado viernes, completó corrida. Cinqueño, retinto, hermoso, cuajado, capacho y astigordo, fue, por cierto, buen toro. Se empleó en el caballo con poder y fijeza, y atacó en banderillas con alegría. Después del tercer par, remató contra un burladero. Al estrellarse contra las tablas se rompió la mano derecha y ya no pudo apoyarla. Tullido sin remedio. Todo eso fue el mar fario del segundo toro del Domingo de Pascua. Llovió bastante menos de lo que se había venido prediciendo. Agua durante los dos últimos toros, que fueron los dos mejores. Un quinto cárdeno ojalado, degollado y ensillado, con un goterón de Saltillo que se hizo patente, además, en su flexibilidad al estirarse y en su notable nobleza; y un sexto negro que tuvo la prontitud clásica del toro de Miura, ganas de embestir y, fijo en los engaños, fue de menos a más y hasta se dejó pegar por alto muchos muletazos. Y más si hubiera sido preciso.

Los dos del lote de Rafaelillo fueron, en cambio, de los de pedir la cuenta. Bronco y violento el primero, que se frenó y avisó enseguida, y enseguida dejó de pasar: estaba más con Rafaelillo que con el engaño, y al cabo solo con Rafaelillo, que tuvo el infortunio de hacerlo guardia con la espada. Costó un mundo sacarla -lo hizo desde el callejón con listeza José María Tejero- y Rafaelillo tuvo que volver a cruzar con la espada para agarrar a capón una estocada de gran destreza. De capa, en el saludo, toreó Rafael con temple y asiento: lances de buenos brazos. Muy protestón, el cuarto miura, playero y zancudo, flojeó, claudicó, se rebrincó. Lo manejó con sencilla soltura y autoridad Rafaelillo, que le tiene cogido el aire a la ganadería. Otra buena estocada.

Castaño se encargó de hacer de los dos primeros tercios un espectáculo, que no salió ni redondo ni cuadrado. David Adalid, tan espigado, pareció un punto pesado en la cara del toro al cuadrar y sacar los brazos. El quinto lo cogió, encunó y trompicó, pero sin herirlo. Fernando Sánchez se lució de verdad en el toro de La Dehesilla, pero tras el percance de Adalid optó por clavar en el quinto sin descararse. Tito Sandoval, que picó al quinto, no tuvo su día. Castaño anduvo fácil con ese miura tan sin recámara ni segundas intenciones. Sin descolgar del todo, flacote, de larga gaita, el toro fie y vino al trantrán. No se hizo de rogar. No hizo sufrir tampoco. De uno en uno los muletazos, algunos bien templados, ayudados la mayoría de los cobrados con la izquierda. Faena de buen gobierno -un solo terreno-, muy voceada y suficiente pero algo plana. Como estaba lloviendo, a la gente le costó meterse en harina. Media estocada soltando el engaño, una entera contraria, dos descabellos, un aviso. No hubo premio.

El tercero de corrida galopó al caballo en tres viajes. Un toro muy frentudo. Y guerrero. Le tomó la matrícula a Mehdi Savalli en cuanto lo vio dudar, moverse o abrirse. La emoción de la porfía fue ver a Savalli siempre en apuros. Su gente apoyó sin desmayo y, después de un bajonazo, llegó a pedir la oreja. Pasión incondicional. Al bravo sexto tampoco le halló el cómo. Una faena muy elemental y saltarina, no exenta de tablas y oficio. Entre col y col, alguna lechuga: algún muletazo largo de mano baja. Largo el trasteo sin rumbo, otro bajonazo impepinable y, de pronto, una oreja que pidieron a gritos sus fieles vecinos. El rédito de ser torero de la tierra.